martes, 14 de febrero de 2017

Seamos sensibles a la voz de Dios.

Buenos días amados amigos y hermanos en Cristo Jesús.

Que la Paz y el Amor de Dios esté con todos Uds y todos sus seres amados.

Hoy bendigo a Dios por sus vidas y por sus constantes oraciones para cumplir fielmente el llamado al Servicio Episcopal en la Defensa de los Derechos Humanos, Fundamentales y las Garantías Constitucionales de cada Venezolano.

He vivido de cerca las constantes torturas de jóvenes por parte de funcionarios de Seguridad del Estado, por su abuso de autoridad han simulado hechos punibles y torturados con descargas eléctricas, bolsas en la cabezas y golpeados con Palo de madera de Pico de albañilería. Dios en su infinita misericordia nos abrió los ojos del corazón y de la fe para poder ver la realidad empobrecida y violentada de mi pueblo con los ojos de Dios. Es un Dios que, como nos enseña la Sagrada Escritura, escucha el clamor del pueblo y lo quiere liberar a través de sus profetas (cf. Ex 3), para construir un pueblo que, por su manera de vivir, muestre a todos los pueblos de la tierra que “otro mundo es posible”, un mundo en el cual no hay pobres porque todo el mundo comparte (Dt 15,4).

La tortura del Joven Oscar Iván  Echeverría y sus compañeros, me ha motivado a defender, sobre todo, la vida, máximo valor humano y divino. Éste es el pensamiento fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y tan profundo, más que la violación de cualquier otro derecho humano, porque es vida de los hijos de Dios y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz. Lo que más se necesita hoy aquí en Venezuela es un alto a la represión. La gloria de Dios es que el pobre viva y no sea manipulado por tendencias partidistas. La Iglesia no pretende poder político ni basa su acción pastoral sobre el poder político ni entra en juego de los diferentes partidos políticos ni se identifica con ningún partido político. Pero la Iglesia tiene que decir su palabra autorizada aun en problemas que guardan conexión con el orden público ‘cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas’. La Iglesia, pues, defiende los derechos humanos de todos los ciudadanos, debe sostener con preferencia a los más pobres, débiles y marginados; promover el desarrollo de la persona humana, ser la conciencia crítica de la sociedad. La Iglesia tiene que ser la conciencia crítica de la sociedad, formar también la conciencia cristiana de los creyentes y trabajar por la causa de la justicia y de la paz.

Ya sé que hay muchos que se escandalizan de esta palabra y quieren acusarla de que he dejado la predicación del Evangelio para meterse en
política; pero no acepto yo esta acusación, sino que hago un esfuerzo para que los valores y Principios del Reino de Dios, no sólo lo tengamos en los libros y los estudiemos teóricamente, sino que lo vivamos y lo traduzcamos en esta conflictiva realidad de predicar como se debe el Evangelio para nuestro pueblo.
Por eso, le pido al Señor, durante toda la semana, mientras voy recogiendo
el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para
llamar al arrepentimiento y, aunque siga siendo una voz que clama en el desierto, sé que la Iglesia está cumpliendo con su misión profética.

Hoy denunció las violaciones de los derechos humanos por parte de funcionarios del CICPC que han sucedido en  las semanas anteriores, y procurando iluminar, desde el Evangelio lo que está sucediendo en el país. En este punto conviene tener presente que, para poder hacer las denuncias con fundamento, aparte de recibir y de escuchar
a las personas que han sufrido alguna violación de los derechos humanos, confrontando con el equipo multidisciplinario la veracidad de los hechos y la manera de hacer las denuncias pertinentes y objetivas.

La violencia no la está sembrando la Iglesia, la violencia la están sembrando las situaciones injustas, la situación de instituciones y leyes injustas que solamente favorecen a un sector y no tienen en cuenta el bien común
de la mayoría. Y aquí la Iglesia no se podrá callar porque es un derecho evangélico que la asiste y un deber hacia el Padre de todos los hombres, que la obliga a reclamar a los hombres la fraternidad.

Cuando Dios nos dice:  “Amad como Cristo se entregó por vosotros”. Así se ama. La única violencia que admite el
Evangelio es la que uno se hace a sí mismo. Cuando Cristo se deja matar, esa es la violencia, dejarse matar. La violencia en uno es más eficaz que la violencia en otros. Es muy fácil matar, sobre todo cuando se tienen armas, pero ¡qué difícil es dejarse matar por amor al pueblo!.

¡Qué hermosa será la hora en que todos los Venezolanos en vez de desconfiar unos de otros, en vez de ver en la Iglesia Cristiana una emisaria de la subversión, vean en ella la mensajera de Dios, la ciudad de Dios que baja para
darle santidad a los hombres, para liberarlos de resentimientos, de odios,
para quitar de sus manos armas homicidas! No tendríamos que lamentar
historias tan tristes como el saldo que nos deja esta semana: jóvenes asesinados, un padre de familia acribillado a balazos en su propio carro, a un niño que no tiene culpa también con los sesos echados afuera por la bala homicida de las bandas Armadas en las barriadas. (Este fin de semana entraron 31 cadáveres entraron a la Morgue de Bello Monte - Caracas, por arma de fuego). El odio, la campaña difamatoria, como si la Iglesia tuviera la culpa de todo ese desorden y anarquía. ¿No son más culpables los que escriben esas páginas tendenciosas incentivando al odio?  Esto es provocar. ¡A esto no se le llama subversión! Se parece a
los tiempos de Hitler, en que se decía: “Haz patria, mata un judío”. Hoy es el sacerdote, los estudiantes, los pensionados, los campesinos, el estorbo, es la causa de todos los males.

Amados hermanos, sí de verdad lo somos, ¡hermanos!, trabajemos por construir un amor y una paz, pero no una paz y un amor superficial, de sentimientos, de apariencias, un amor y una paz que tiene sus raíces profundas en la justicia. Sin justicia no hay amor verdadero, sin justicia no hay la verdadera paz. He aquí, pues, que si queremos seguir la vertiente del bien que nos hace solidarios con Cristo, tratemos de matar en el corazón los malos instintos que llevan a estas violencias y a estos crímenes y tratemos de sembrar en nuestro propio corazón, y en el corazón de todos aquellos con quienes compartimos la vida, el amor, la paz, pero una paz y un amor con la base de la justicia. Sería una locura pretender que nuestras Congregaciones salgan a una manifestación de odio y de violencia. Al contrario, yo creo que el atractivo de la predicación de hoy es porque se predica el verdadero amor, el perdón, la justicia, la paz. Pero no una paz ganada con represión, una paz que no
es de cementerios, una paz que se construye sólida sobre las bases de la justicia y del amor. Por eso decimos que la paz que aquí predicamos es la paz de Cristo, de la que Él dijo que siembra división. La paz verdadera también siembra división porque no todos comprenden la profundidad de la justicia donde están las raíces de la paz y sólo quisieran una predicación superflua, antagónica, que no cuestione y que predique una paz falsa que tranquiliza las conciencia.

Les reitero que estoy con todos, abierto al diálogo con todos, dispuesto a corregir, de cualquier sector que me vengan a platicar. Los amo a todos y es mi misión amarlos para salvarlos. Un llamado les hago a todos los nuevos líderes políticos y nuevos empresarios: “no me consideren juez ni enemigo”. Soy simplemente el pastor, el hermano, el amigo de este pueblo, que sabe de sus sufrimientos, de sus hambres, de sus angustias; y, en nombre de esas voces, yo levanto mi voz para decir: “no idolatren sus riquezas, no las salven de manera que dejen morir de hambre a los demás; compartir para ser felices”. Un cohermano Obispo Canadiense me dijo una comparación muy pintoresca: “Hay que saber quitarse los anillos para que no le quiten los dedos. Creo que es una expresión bien inteligible. El que no quiere soltar los anillos se expone a que le corten la mano; y el que no quiere dar por amor y por justicia social se impone a que se lo arrebaten por la violencia.

He aquí precisamente lo que la Iglesia señala en todo nuestro continente: los terrorismos, los brotes de violencia, secuestros, torturas, la Iglesia no los puede aprobar; pero tampoco puede reprobarlos sin un análisis profundo de dónde proceden. Mientras una violencia institucionalizada, privilegiada, trate de reprimir
las aspiraciones justas de un sector, siempre estarán las semillas de la violencia entre nosotros. Por eso, mientras no se haga efectivo un nuevo modo de vivir, no tendremos paz ni unidad, ni reconciliación, ni comunión entre todos los Venezolanos.

Amados hermanos la defensa de los Derechos Humanos tiene su implicación, riezgos, amenazas, y es vivir los Valores y Principios del Reino de Dios. El Reinado de Dios no se refiere sólo al otro mundo, sino
que implica un compromiso en la transformación de este mundo, de manera que
se vea que “otro mundo es posible, porque no queremos ser opio. Según Marx, la religión es el opio de los pueblos. ¡Nunca! Estoy diciendo que, precisamente, estas referencias a la trascendencia son para expirar más la promoción de lo histórico, de lo social, de lo económico, de lo político. Y estoy resaltando que
Dios no sólo ha hecho el cielo después de la muerte para el hombre, sino que ha hecho esta tierra también para todos los hombres. ¡Esto no es predicar el opio!. Siento, como pastor, que tengo un deber para con las organizaciones políticas populares, porque es mi deber,  es defender su derecho de organización, apoyar todo lo justo de sus reivindicaciones;
pero así, también, quiero mantener mi autonomía para criticar todos sus abusos de organización, para delatar y denunciar todo aquello que ya significa una idolatría de la organización; y llamarles, en cambio, a un diálogo en el que busquemos entre todos. Las fuerzas organizadas son poderosas en una sociedad y lo pueden todo cuando son capaces de dialogar, pero
también disminuyen las fuerzas cuando son fanáticas y no quieren más que su propia voz.

Abrazos fraternos y mis bendiciones.

+ DR. JYLMAN RED JURADO. Ph.D
OBISPO ORDINARIO Y DE LOS DERECHOS HUMANOS PARA VENEZUELA.  (IALAVES CANADÁ - GAFCON ).

* PRESIDENTE DE LA DEFENSORÍA INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS, FUNDAMENTALES Y GARANTÍAS CONSTITUCIONALES  (CAPÍTULO CARACAS ). Representada en la Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra.

* PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN VENEZOLANA DE LIBERTAD RELIGIOSA Y CONCIENCIA  (CAPÍTULO CARACAS ). Representada en la Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra.

* EMBAJADOR PARA LA PAZ ( FMP - ONU).

TWITTER: @obispored

2 comentarios:

  1. Dios despierte en cada corazón venezolano y del mundo entero, la convicción de servicio, entrega y ayuda desde el amor. Dios bendiga su misión Sr.Obispo.Y su gran labor en defensa de los derechos humanos y garantías constitucionales.

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  2. Dios despierte en cada corazón venezolano y del mundo entero, la convicción de servicio, entrega y ayuda desde el amor. Dios bendiga su misión Sr.Obispo.Y su gran labor en defensa de los derechos humanos y garantías constitucionales.

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